Siempre supe que Argentina estaba en crisis. Todo el mundo sabe desde hace tiempo que Argentina está en crisis. No era tan joven cuando vine a vivir acá, pero aún así la infame crisis no me asustó. Quizás porque no tenía planes concretos. Es decir, no vine a vivir a Argentina para trabajar, ahorrar, volver a Brasil, convertir mis pesos en reales y comprarme un departamento.
A nadie le preocupa la crisis del país al que van a viajar. Solo quieres pasar un tiempo en ese lugar y eso es todo. Y aunque no vine solo para unas vacaciones de dos semanas, en realidad fue sí un viaje. Un viaje largo. Un viaje que me daría tiempo para conocer todos los rincones de Buenos Aires.
Pero en medio de ese viaje pasó eso: quería que terminara, pero quería seguir en Buenos Aires. Cuando finalmente conseguí un trabajo estable y firmé el contrato de alquiler de un departamento, todo en el mismo día, sentí que finalmente había llegado a su fin. Ahora realmente vivía en Buenos Aires.
Pero ¿y la crisis? Me preguntaron desde Brasil. Y no vía ninguna crisis. Sí, mi sueldo era muy bajo, pero no tenía experiencia en Argentina, ni en agencias de publicidad y mi español aún tenia problemas. Sí, vía gente durmiendo en la calle o revolviendo la basura cuando iba a áreas más céntricas. Y sí, escuchaba a la clase media quejarse de que el dinero no llegaba a fin de mes. Pero esa no podría ser la crisis. ¿O podría?
Desde mi departamento en Belgrano obviamente nunca pude verla. Sé que existe, sé que hay un mundo más allá de Belgrano y más allá de Buenos Aires. Y sé que es muy diferente. Pero si viviera desconectada, nunca diría que acá hay una crisis económica desde hace años, ahora agravada por la pandemia. Seguiría viendo a la clase media - la misma que “no llega a fin de mes” - irse de vacaciones a Francia o Marruecos, seguiría viendo los restaurantes llenos y las señoras caminando con bolsitas de Sarkany.
En el segundo mes de aislamiento social obligatorio vi cerrar varios establecimientos en las cercanías de mi casa. Cada vez que salía había al menos un nuevo local vacío y sin los carteles. Era una tristeza. Yo, que nunca había visto la crisis desde mi apartamento, ahora podía verla desde la vereda. Finalmente estaba sucediendo lo que todos en Brasil siempre creyeron que sucedía, pensé.
Eventualmente seguí yendo a comprar artículos básicos de supervivencia y de repente vi que uno de los locales vacíos ahora tenía papel madera en las ventanas, la puerta abierta y hombres pintando las paredes interiores. Otro, a dos cuadras de distancia, ahora era verde agua. Cuando terminaron de colocar el cartel del nuevo café cool en el local donde hace días había papel madera, se había abierto una tienda de donas con una fachada rosa, de la nada, a 50 metros de distancia. Ni siquiera vi el proceso, de repente estaba ahí. La última vez que me salí, estaban renovando un lugar donde hace unos meses operaba una zapatería y la esquina verde agua había recibido un cartel: boulangerie et patisserie.
Pero ¿y la crisis? Los brasileños me siguen preguntando. Y no sé qué decirles. Una vez me dijeron acá que incluso en crisis, incluso quejándose, la gente salía, viajaba, iba a restaurantes y compraba zapatos porque el dinero valía cada vez menos y era mejor gastarlo de una vez que verlo perder su valor todos los meses. Está eso. Y también está la sociable cultura porteña y esa herencia de los buenos tiempos, de abundancia, de cuando Buenos Aires era puro lujo, la París latinoamericana, muy chic, muy culto. Muy boulangerie et patisserie.
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