Mucha gente tiende a pensar en “la otra” como una mala persona, una mujer insidiosa y malintencionada por naturaleza. Yo, sin embargo, después de años consumiendo contenido heteronormativo —ficcional y no ficcional—, con muchas “otras” involucradas, y habiendo conocido también a algunas “otras” en la vida real, salgo a defenderlas.
“La otra” no es más que una víctima. Y no solamente una víctima de la rata inmunda del hombre comprometido que tiene algún tipo de relación con ella. “La otra” es también una víctima de ella misma. Salvo excepciones —de las que trataré más adelante—, “la otra” es una mujer insegura, con baja autoestima, posiblemente con daddy issues y que en su vida ha recibido muy poca atención, sobre todo masculina. Cuando la rata inmunda le da una pizca de esa atención que tanto le faltó, ya es suficiente para que se enganche y se convierta finalmente en “la otra”.
“La otra” solo es “la otra” porque nunca pudo ser “la oficial”. No necesariamente la oficial de la rata inmunda en cuestión, sino la oficial de cualquier hombre que se le haya cruzado en el camino. Por sus problemas de inseguridad y miedo a la soledad, “la otra” prefiere ser “la otra” antes que adoptar tres gatos, abrirse una botella de Malbec y ser feliz por el resto de su vida ahorrando en bótox.
Algo que normalmente se piensa de “la otra” es que, cuando está en la soledad de su habitación, se ríe de “la oficial” porque está comiéndose a su marido. Nada más lejos de la realidad. “La otra”, en la soledad de su habitación, llora desconsoladamente y se quiere arrancar las tripas, porque sabe que la rata inmunda está, en ese mismísimo momento, con “la oficial”, que descansa lívida en su cama king size, al lado de la rata inmunda, sin tener la más mínima idea de lo que está sucediendo. “La otra” se quiere arrancar las tripas porque, a pesar de que la rata inmunda le haya dicho en al menos siete ocasiones, en los últimos cuatro meses, que muy pronto dejará a “la oficial”, en el fondo sabe que eso nunca va a pasar.
“La otra” sabe que él no la va a dejar, porque sabemos todas que los hombres no dejan a sus mujeres cuando ya no desean estar con ellas, simplemente esperan a ser dejados en algún momento. Y tienen suerte de que eventualmente eso acabe sucediendo. Pero “la otra” también sabe que son raros los casos en los que la rata inmunda termina convirtiendo a “la otra” en oficial. Porque la rata inmunda, como buena rata inmunda, sabe muy bien que “la otra” tiene todos esos asuntos internos y jamás podría lidiar con ellos de forma oficial.
“La otra” sufre, de eso no caben dudas. Sufre porque está en un loop en el que su inseguridad la llevó a ser “la otra”, y ser “la otra” la hace sentir miserable. Pero, a esa altura, ya es muy difícil dejar de ser “la otra”, porque hay una profunda dependencia emocional y la certeza de que, si deja a la rata inmunda, volverá a ser aquella mujer que no recibía atención masculina jamás. Y “la otra” prefiere las migajas antes que nada.
Ahora bien, como mencioné al principio de este pequeño ensayo, no todas “las otras” son “las otras” porque sufren de inseguridad, baja autoestima, tienen daddy issues y necesitan atención masculina. Hay dos excepciones: las que son “la otra” porque la rata inmunda está cagada en plata, y también “las otras” que están casadas y solo quieren variar el menú semanal —lo que acaba convirtiendo a la rata inmunda también en “el otro”. En ambos casos, el vínculo emocional es prácticamente inexistente, de modo que son las únicas situaciones en las que verías a una badass sujetándose a ese papel.
Yo siempre estuve en contra de cuando “la oficial” decide cagar a “la otra” a trompadas al descubrir el engaño de la rata inmunda. “La otra” no necesita trompadas. “La otra” necesita una buena terapia semanal, tres gatos, una botella de Malbec por semana y, quizás, algunas amigas para decirle que deje de arruinar su psiquis involucrándose con ratas inmundas. La rata inmunda sí se merece las trompadas, pero es mejor hablarle a un profesional que tenga fuerza suficiente como para hacerlo gastar el sueldo de los próximos tres años en implantes dentales.
Por eso, si sos “la oficial”, solo seguí adelante con tu vida, reina. No hiciste nada malo. Si sos “la otra”, quedate con el consejito del párrafo anterior. Todo estará bien. Y si tenés una “otra”, te deseo mucha luz (la luz blanca fluorescente de la morgue).
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