Era una trampa

Mi primer trabajo como periodista luego de recibirme no era exactamente lo que soñaba, pero yo estaba dispuesta a hacerlo que al menos se acercara a lo que esperaba como joven estudiante universitaria. La agencia de prensa que me contrató básicamente solo tenía clientes aburridos, entre ellos empresas constructoras y sindicatos patronales, sin embargo, había uno que me despertaba cierto interés. Era un cine. De esos populares de shopping, es cierto. Pero aun así, un cine. Ni siquiera sabía exactamente qué tipo de trabajo hacía la agencia con la cuenta en cuestión, pero esperaba tenerla en mi poder ni bien empezara a trabajar. ¿Por qué no me la darían a mí, una joven de 22 años claramente entusiasta de la cultura pop? Resulta que no me la dieron. Al menos no en este momento. El cliente finalmente llegó a mis manos cuando el periodista responsable del mismo se fue de la empresa. Si no puedo ser reportera cultural, pensé, al menos daré pequeños pasos hacia eso. Después de todo, las personas que recibirían el material producido por mí serán exactamente:

1 - Futuros compañeros en caso de que algún día trabajo como reportera cultural.

2 - Futuros jefes en caso de que algún día trabaje como reportera cultural.

Entonces lo di todo. Escribí los mejores resúmenes de películas que aún no había visto y usé todo mi encanto y simpatía para invitar a mis posibles futuros compañeros y jefes a las sesiones de prensa y, lo más importante, darles la bienvenida personalmente a la sala de cine.

Esas sesiones, para quienes no son del medio, son transmisiones de películas realizadas exclusivamente a periodistas antes de su estreno. Son llevadas a cabo fuera del horario habitual de cine, es decir, en la mañana de un día laborable. Fue en estas ocasiones que tuve la oportunidad de ver joyas como Hansel y Gretel, Jack Richer, Llamada mortal, Mi villano favorito 2, Aviones, Rápidos y Furiosos 6, entre otras.

Cada vez que faltaban semanas para que se estrenara una película realmente buena, los periodistas, especialmente los especializados en cine, empezaban a escribirme preguntándome si habría una sesión de prensa. No sabía cómo explicar que, lamentablemente, por alguna razón, el cine no ofrecía previamente películas de calidad mediana o superior.

En resumen, ese era básicamente mi trabajo con la cuenta en cuestión. Es decir, lo peor que podría pasar era que me pagaran por ver Rápidos y Furiosos 6. Al menos eso era lo que creía. Hasta que el cine se vio envuelto en una polémica. No recuerdo exactamente quién hizo la demanda, si fue de la intendencia o alguna institución, pero se determinó que los cines de la ciudad debían difundir fotos de personas desaparecidas antes de cada proyección. Aunque en contra de su voluntad, los demás cines cumplieron con el requisito. El único que no se molestó fue mi cliente. Para qué. Ahora quienes me buscaban ya no eran periodistas especializados en cine, sino los que cubrían accidentes automovilísticos, problemas de suministro de agua y energía, fraudes bancarios y otros problemas y escándalos públicos.

Mi jefe (que probablemente era el peor ser humano que jamás haya habitado la tierra, pero ese es otro tema), me dijo que fuera personalmente al cine porque el gerente estaba allá con algunos periodistas que querían saber por qué el cine no estaba proyectando las fotos. La explicación que recibí de la dirección del cine, después de vueltas y más vueltas, era que no había nada en la legislación que los obligara a hacerlo, por lo que simplemente ignorarían la medida.

  “No hace falta que vengas, ya estoy explicándoles todo”, me dijo el gerente por teléfono. Por un lado, me sentí aliviada. Esa era mi primera gestión de crisis y no tenía mucha idea de qué hacer. Por otro lado, me daba escalofríos imaginar al gerente agitando los brazos y gritando “NO ESTAMOS OBLIGADOS A HACER ESTA MIERDA” frente a media docena de periodistas. Terminé yendo de todos modos y cuando llegué ya casi no quedaba nadie. El gerente estaba tranquilo, dijo que todo estaba bien, que les explicó el tema a los periodistas y que se fueron sin mayores inconvenientes.

Al día siguiente, la noticia ya no tenía más tanto destaque en los medios y el tema se calmó, por lo que en mi primera gestión de crisis no tuve que realmente gestionar la crisis. Sin embargo, me puse lo suficientemente tensa como para empezar a odiar lo único que aún no detestaba de mi trabajo.

Lo bueno es que la semilla dio sus frutos y no pasó mucho tiempo antes de que una de las personas que recibía mis comunicaciones del cine me llamara para hacer una prueba para trabajar como reportera. Y lo mejor es que pasé.

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