Amarlo me hace acordar de cuando íbamos a visitar a mi abuelo en Cerro Largo, en los 90. El último tramo de la ruta tenía unas subidas y bajadas que mi padre deliberadamente pasaba un poco más rápido con el Chevette Junior rojo porque sabía que a mí, a mi hermana y a mi madre nos gustaba la sensación de “mariposas en el estómago” cada vez que el auto bajaba y subía en milésimas de segundo. Nos reíamos y, a veces, soltábamos unos gritos agudos, porque la sensación era buena, pero a la vez daba un poquito de miedo. Bueno, al menos a mí me daba. Era solo una nena que aún conservaba en el pelo rubio la trencita de mostacillas que me habían hecho en la playa unas semanas antes.
Me he vuelto a sentir así 25 años después. Sin la ruta, sin el Chevette y sin visitas al abuelo. Me siento así todos los días. Cuando está. Cuando no está. Cuando llega. Cuando se va. Cuando me mira en silencio. Cuando vibramos en la misma frecuencia. Cuando nuestras almas se entrelazan como nuestros cuerpos.
Me acuerdo de cuando no entendía nada. Cuando algunas cosas no tenían sentido y algunas preguntas se quedaban sin respuesta. Me acuerdo de cuando no había certezas, cuando mis pensamientos chocaban y nuestras voces también. Sentía todos los animales alados del mundo volando en mi estómago, y ni las sesiones con Patricia me ayudaban a entender qué era aquello que me pasaba. Porque “no es la primera vez”, decía yo. “Soy veterana, sé cómo debería sentirme”.
Luego entendí que nadie es veterano en el amor, porque el amor nunca es igual. Y entendí por qué sentía que amarlo era como tirarme a una pileta con los ojos vendados sin saber si hay agua o no. Sin saber la profundidad. Si flotaría o tendría que nadar. Sin saber si sería posible volver a la superficie. Y también entendí por qué me volvería a tirar una y otra vez. Las veces que fuesen necesarias.
Amarlo es una de esas experiencias que una simplemente no espera. Nadie podría esperar esto. Todos quieren amar, pero no hay modo de que alguien espere amar de esta manera, porque hasta que no suceda es imposible saber que esto existe.
Amarlo es convertirse en personas distintas, porque cada circunstancia exige que seas de una forma. Es ser fuerte cuando algunas cosas empiezan a caerse a pedazos, y ser débil cuando ya no podés más. Es ser adulta cuando sabés que tu futuro está ahí, y ser infantil cuando necesitás responder al mismo nivel. Es ir a los extremos cuando todo lo que hiciste no funcionó, y acostarte en la cama tranquila porque, al final, no hay nada de que preocuparse.
Amarlo es no tener certezas, pero tener deseos y saber que podrán ser cumplidos. Es entender que la perfección vive en las imperfecciones y que, mientras esté, todo estará bien. Aun cuando todo esté mal. Es tener la constante sensación de que el resto de mi vida ya empezó.
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