¿Por qué me identifico con estas personas?

 Una vez en la universidad invitaron a mi ídolo Mr. Pi para una especie de conferencia, pero no era una conferencia, porque era divertido, y él dijo algo que nunca me olvidé: la adolescencia es adolescencia en cualquier parte del mundo. Los problemas que enfrenta una adolescente en Chicago, en los Estados Unidos, son probablemente los mismos problemas que también enfrenta una adolescente en la ciudad de Três de Maio, en Río Grande del Sur.

En ese momento no estaba muy segura de estar 100% de acuerdo con esa afirmación, porque yo había sido la adolescente de Três de Maio, solo que no en Três de Maio, sino en Santa Rosa, a 32 km de Três de Maio, y creía que una adolescente de Chicago tenía una vida mucho mejor que la mía. Ella podría comprar zapatillas Vans a cuadros a precio de ganga en la tienda de la esquina e ir a un recital de My Chemical Romance en su propia ciudad. Yo solo podía comprar Mad Rats, la copia brasileña de Vans, por internet e ir al recital de Punkids en el club Concordia.

El año pasado, cuando mi ídola Alana Haim empezó un podcast llamado Free Period con su amiga Sasha Spielberg, para hablar precisamente sobre ese periodo de sus vidas, curiosamente lo que dijo Mr. Pi empezó a tener perfecto sentido.

Puede parecer impensable que dos adolescentes judías, nacidas y criadas en California, una de clase media y otra de clase muy alta (hija de Steven Spielberg) pudieran haber tenido una adolescencia bastante parecida a la mía, pero es la más pura realidad. Por supuesto, hay muchas cosas inherentes a la tradición judía y estadounidense que nunca formaron parte de mi vida, pero ser una adolescente al mismo tiempo que ellas (Alana es dos años menor que yo y Sasha tiene mi edad) nos hizo pasar por experiencias muy similares.

Empezando por la obsesión por Seth Cohen y la admiración por la clavícula de Marissa Cooper. Seth Cohen y Marissa Cooper, por si no eras una adolescente en 2004, eran dos personajes de The O.C. Me encantaba The O.C. A Alana y Sasha también les encantaba The O.C. Fue la primera serie que realmente seguí, viendo cada episodio semanalmente con mi hermana en living sin pestañear. Alana también escuchaba las bandas de los posters que Seth Cohen tenía en las paredes de su habitación. Las tres soñábamos con encontrar un Seth Cohen cuando fuéramos mayores.

Al igual que yo, Alana y Sasha no eran las más lindas ni las más cool del colegio donde estudiaban. Alana también miraba Sex and The City en la oscuridad de la noche. Sasha también vio A los trece y se obsesionó. Ellas tomaban ropa prestada de sus amigas y hermanas, trataban de parecer más rebeldes de lo que realmente eran, no eran muy populares entre los chicos, lloraban frente al espejo, mentían en casa para poder salir, usaban vestidos bordados con canutillos en fiestas elegantes, sus orejas se inflamaban por el uso constante de aritos gigantes de dudosa calidad y se emborracharon por primera vez incluso antes del high school.

Tiene sentido que a pesar de tener vidas completamente distintas, hayamos pasamos por situaciones muy similares. Hasta que una persona llega a la edad adulta no puede hacer exactamente lo que quiere. Sasha no tenía dinero, su padre sí tenía. No podía andar gastando la fortuna familiar en lo que se le diera la gana a los 14 años. Las diferencias comienzan a aparecer más tarde, cuando los privilegios se hacen más evidentes. Cuando tener dinero, un apellido famoso, una familia culta, o simplemente haber nacido y crecido en el estado de California, en Estados Unidos, se convierten en privilegios que te llevan a otros lugares y a otros niveles. Ah, tener talento para la música también ayuda.

Ahora Alana y Sasha son ricas, famosas, cool, exóticas, tocan en bandas, hacen giras, actúan en películas, van a lugares llenos de celebridades, viajan por el mundo y usan Louis Vuitton.

¿Yo? A mí me pagan por escribir newsletters y posteos en Linkedin, tomo vino barato y suspiro frente al teclado porque no me sale tocar Modus, de Joji.

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