Tengo un monitor extra, que prendo todos los días porque todos en la oficina tienen un monitor prendido al lado de sus laptops. Lo prendo cada mañana y arrastro alguna página de la que finjo necesitar consultar información constantemente y la dejo ahí todo el día. Tengo un tupper de vidrio donde todos los días traigo algo que metí en el horno la noche anterior mientras me bañaba. De vidrio, porque soy una adulta con tupper y miedo al cáncer. Tengo una tarjeta que me permite entrar y salir de la oficina y que registra mi hora de entrada y de salida. Tengo reuniones presenciales en salas con nombres cool y los martes y los jueves llenan dos canastas enormes con frutas diversas en el comedor.
La última vez que tuve alguna de estas cosas fue hace casi seis años. ¿Las extrañaba? No exactamente. ¿Extraño trabajar todos los días en pantuflas, vistiendo aquel suéter gris casi transparente que ya debería haber sido jubilado hace años? Tampoco. Lo que no me gusta son los extremos.
Todos creían que trabajaba menos horas que un ser humano normal siendo freelance, y no les quito la razón. Ahora tardo el doble en hacer lo mismo que hacía antes en mi casa como freelance. Adrede. Me puse en velocidad 0.50 porque si voy a tener que estar sentada en mi escritorio durante 8 horas de todos modos, es mejor estar haciendo algo que mirando el techo. O la Sagrada Familia a través de la ventana.
No me deja de impresionar la lógica capitalista que hace que las empresas gasten cada día tres horas más en suministros de las que podrían estar gastando, y he decidido entrar en el juego. No hago el segundo pis de la mañana en casa, lo guardo para el baño de la oficina. Lo mismo antes de irme: salgo con la vejiga completamente vacía. Paso hilo dental en todos los dientes después de comer, algo que si hiciera en mi casa ahora sería una tremenda pérdida de tiempo. A veces también uso parte de mi pausa para ir al supermercado o al bazar chino a comprar algo que me falta. No porque después del trabajo tenga algo mucho más importante para hacer que ir al gimnasio, limpiar el inodoro o colgar la ropa. Es sobre todo para que al menos una vez por semana pueda llegar, tirarme en mi cama por algunos minutos pensando “no tengo NADA para hacer”, y sonreír.
Dejando las nimiedades de lado, era lo que quería: terminar el año con cierta estabilidad económica y, consecuentemente, emocional. Aunque esto me haya hecho tener que elegir entre los temas de mi último post de 2025: mis favoritos del año, mi retrospectiva del año, y esto que acabas de leer.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario