Nunca fuímos cool

Un día de estos empecé a leer un hilo en Twitter que hablaba de cómo las comunidades alemanas del sur de Brasil viven una realidad que nada tiene que ver con la Alemania de hoy, que están estancadas en el tiempo, con costumbres e ideas que solo existen allí. Dejé de leer cuando me di cuenta de que el foco estaba en ciudades como Blumenau, que dicen ser “un pedacito de Alemania en Brasil”.

Soy de ascendencia alemana. Alemana-luxemburguesa por parte de padre y, que yo sepa, solo alemana por parte de madre. Pertenezco a la quinta generación nacida en Brasil.

Tanto mi padre como mi madre son de un pequeño pueblo llamado Cândido Godói, en el interior de Rio Grande do Sul. Cândido Godói tiene actualmente seis mil habitantes. Ellos dicen que nacieron en el campo, pero la verdad es que no estoy muy segura si en ese momento había una gran diferencia entre el campo y el área urbana. Lo que sí sé es que vivían aislados de casi todo y tenían que caminar varios kilómetros para ir a la escuela o conseguir la comida que ellos mismos no podían producir.

El primer idioma al que ambos tuvieron acceso en sus hogares fue el alemán. El portugués llegó un poco más tarde, con la escuela. Era el mismo alemán que hablaban sus padres y abuelos. El mismo alemán que trajeron Christoph y sus hijos cuando desembarcaron en Brasil muertos de hambre. El mismo alemán que hablaban todas las personas que vivían en Cândido Godói y otros pueblos cercanos. El mismo alemán con el que mis padres intercambian algunas palabras de vez en cuando. El mismo alemán que todavía habla a diario mi abuela, la única viva.

En Cândido Godói no existía la arquitectura “alemana” o la “gastronomía alemana”. Las casas las construían como se podía y lo que comían era lo que había, lo que podían sembrar y cosechar. Los descendientes de inmigrantes que aún viven en Cândido Godói no se visten con ropa típica en octubre, porque octubre es un mes cualquiera. Tal vez hoy en día alguien hasta organice una fiestita, pero nadie cruza el Brasil para ir a emborracharse y comer papas rellenas.

Mi hermana también nació en Cândido Godói, pero en el área urbana, que probablemente ya estaba más desarrollada en la década de 1980. Vivía con mis padres en una hermosa casa frente a la que compró mi abuela después de dejar el campo. Unos años después, los tres se mudaron a Santa Rosa, donde nací yo.

Santa Rosa estaba a solo 30 kilómetros, pero era muy diferente a Cândido Godói. Era la "gran ciudad". Tenía 60 mil habitantes y había gente de muy diversa procedencia. Santa Rosa era más moderna, más cool, había gente que viajaba a otros estados, e incluso a otros países (!). Hablar alemán en la calle, algo absolutamente normal en Cândido Godói, no era tan bien visto en Santa Rosa. Era cosa de la gente del campo, cosa de “colonos”, de gente sin estudio, de gente pobre. Sí, pobre. Porque después de todo, el deseo de Christoph Lunkes nunca se cumplió. Al menos no que yo sepa.

Cuando era chica nunca quise aprender alemán porque esa era la idea que yo tenía de las personas que hablaban alemán. No quería que mis amigas se encontraran de casualidad con mi abuela en mi casa porque ella podría decir algo en alemán o incluso en portugués con un fuerte acento. Me daría mucha vergüenza. Odiaba mi apellido. Quería tener un apellido más común, uno que todos conocieran. Nunca supe de nadie en Santa Rosa que estuviera orgulloso de su ascendencia alemana. No significa que todos se sintieran avergonzados, como yo. Simplemente, era algo que no hacía mucha diferencia, como me pasa a mí ahora.

La primera vez que vi a alguien orgulloso de tener un apellido alemán fue cuando me mudé a Balneário Camboriú para estudiar periodismo. Esta persona había nacido en Itajaí y el apellido alemán, que ni siquiera constaba en la partida de nacimiento, era en realidad de su madre.

Fue entonces que empecé a conocer el otro lado de esta historia. Todo lo que a mí me daba vergüenza, para algunas personas era lo más. Tener un apellido alemán, tener padres que hablan alemán, tener la piel muy blanca. Era raro, tenía 18 años y no sabía si debería estar orgullosa también o si estaba bien seguir teniendo vergüenza.

Finalmente conocí a Blumenau y definitivamente no se parecía a la Cândido Godói de mis padres y abuelos. Era elegante, era cool. Era una ciudad turística, todos querían ir a Blumenau para el Oktoberfest. Aquello no tenía nada que ver conmigo, con la historia de mi familia. Para mí, la comida típica alemana era la que servía mi abuela: mandioca, pasta casera, pan de maíz con melaza de caña. Quizás la cuca de keschmier que preparaba para agasajarnos era lo más parecido a algo típico de la cocina alemana. La primera vez que comí papa rellena fue en el Atlântico Shopping y hasta el día de hoy no sé bien a qué sabe el chucrut.

Nenhum comentário:

Postar um comentário